Por Andrés Di Giuseppe
Recorro con miedos y preguntas lo sinuoso de tus curvas en busca de certezas y coraje. Tu espalda es un valle abierto que me invita a acampar para pasar la noche. Te conozco, te acaricio con extrañamiento y con la ansiedad y el miedo de que pueda ser tanto la primera como la última vez. Sigo subiendo y me encuentro con tu rostro que es la metáfora perfecta de la belleza del atardecer. Lo rojizo de tu pelo resalta la profundidad y la claridad de tus ojos, que cuando me encuentran, me atraviesan y parecen no tener fin. Me pierdo en la diminuta infinidad (inmensidad) del momento. Palabras sobran, pero elijo quedarme mirándote como un chico que juega a no parpadear. La atracción también es física, pero más bien como una ley. Contemplo el silencio. Siento que no puedo soltarte, pero la verdad es que no quiero soltarte.